La naturaleza del ser humano es vivir en comunidad, compartiendo espacios con sus semejantes, es en ese sentido que Aristóteles muy bien afirmaba “El ser humano es un ser social”.
Reconocer lo planteado por dicho filósofo griego, es asumir la capacidad y el compromiso que tenemos cada uno de nosotros en lograr el establecimiento de una convivencia pacífica y armoniosa en la sociedad. Esto siempre ha de ser un desafío latente para el estado, ya que la convivencia siempre ha de generar inevitablemente controversias, disputas, divergencias de criterios, intereses discordantes, diferencias, roces y diversas apreciaciones. Y es que, el conflicto es inherente a la sociedad, constituye un aspecto que es consustancial a los seres humanos. Este puede derivar en la actualidad, por múltiples razones que pueden estar vinculadas al crecimiento demográfico, incremento desproporcionado de poblaciones vulnerables en las grandes ciudades, cultura del consumismo, el auge o avance de las TICs, la capacidad de recursos desde la ilegalidad, aumento del tráfico de servicios y negocios, deficiencia o ausencia de los servicios básicos, el desempleo, la cultura del individualismo, entre otros factores que pueden conllevar a incrementar los niveles de violencia y conflictividad en los diferentes ámbitos de socialización (vecindad, familia, escuela, laboral, etc.). Todo esto lo podemos observar tristemente, en diferentes acontecimientos o casos lamentables de muertes por un parqueo en condominios, por un leve siniestro vial sin importancia, por echarle la basura a la vecina, discusiones agrias por un ladrido de un perro, rompimiento de relaciones por no saber encauzar como padres, una pelea entre muchachos, agresiones físicas y verbales por no colocar la ficha que quería el frente en un juego de dominó; en fin, por diversas situaciones menores, que debido a una desafiante convivencia, asociada a la cultura del litigio o del pleito, a la falta de mecanismos efectivos para gestión, resolución y transformación de los conflictos, nos encontramos con un panorama de congestionamiento del sistema judicial y penitenciario, más el aumento de desgracias que pudieran haberse evitado mediante la implementación y abordaje de estrategias oportunas, como la que a continuación quiero referirme: Los Espacios de Dialogo o Espacios de Practicas Restaurativas.
Días atrás nos comentaba una señora líder comunitaria de un sector capitalino, en una reunión que participaba con líderes sociales y comunitarios de la parte Norte del Distrito Nacional, en representación del Sistema Nacional de Resolución de Conflictos del Ministerio Publico, acerca de su experiencia de vida, al momento de mudarse en un sector barrial de la ciudad. Nos refería dicha líder que encontró en la vecindad muchos problemas y divisiones por chismes y desacuerdos entre vecinos, que lastimaba con crudeza la armonía y convivencia pacífica que debía reinar en aquel lugar. Es que como bien expresa John Ruskin “De la rivalidad no puede salir nada hermoso y del orgullo nada noble”. Por lo que, ante este ambiente tan pesado, de mal vivir y de cero dialogo, se inventó de manera genial y resolutiva, los miércoles una tarde de té con solo la presencia de mujeres, con un solo punto en la agenda: hablar de todo y compartir. Los primeros encuentros se caracterizaron con una débil convocatoria, solo algunas asistían; pero su perseverancia y su vocación hizo posible en los sucesivos días, el concretizar su sueño de lograr tener una considerable presencia de las vecinas, dejando atrás esos resentimientos, diferencias e intereses que les dividían, rompiendo los muros entre estas, y edificando puentes de entendimiento, tolerancia y reconciliación, por lo que esta dinámica integradora y participativa posibilitó restaurar las relaciones, sin tener que esperar soluciones mágicas desde ninguna dependencia estatal. Este proceso también arrastró por curiosidad a los hombres quienes se integraron junto a sus esposas, convirtiendo dicho espacio en un ambiente comunitario de diálogo, en donde se compartían y exponían sus conflictos, logrando un acercamiento de posturas, escuchándose unos y otros, analizando entre ellos las diversas realidades, dentro de un equilibrio de poder y avivando con una creatividad asombrosa la recuperación o restauración de la confianza, partiendo de un ejercicio voluntario y responsable ante sus hechos. Y es que debemos apostar por la acción, educando por la paz, con la construcción de un ciudadano mas activo en la búsqueda de la paz, labor que es de todos y de todas.
Finalmente nos relató que luego de haber desarrollado esos esfuerzos, consiguió formar la junta de vecinos en ese sector y una asociación en favor de la comunidad.
Este hecho de vida nos ilustra formidablemente en como se hace posible alcanzar herramientas que nos ayuden a convivir con el que tenemos a nuestro lado. También nos anima a la consecución de alternativas para resolver y transformar los conflictos y que estos no muten de manera cancerosa en violencia.
Por lo que partiendo de lo anterior, urge en nuestro país, propiciar como políticas públicas, el impulso y el establecimiento de Espacios de Dialogo o Espacios de Practicas Restaurativas en las diferentes comunidades, ya que las mismas son herramientas efectivas y eficaces encaminadas a fortalecer a la comunidad, reforzar los vínculos afectivos y empáticos entre sus miembros mediante la gestión, resolución y transformación apropiada de los conflictos, de tal manera que la persona que ofende asuma su responsabilidad ante el hecho y el ofendido pueda ser escuchado y sentirse reparado. Aquí se asume el conflicto como una oportunidad para el aprendizaje, a través de una participación en la toma de decisiones y genera personas comprometidas hacia la búsqueda del cambio.
El psicólogo estadounidense Abraham Maslow, dice “Si tu única herramienta es un martillo, tiendes a tratar cada problema como si fuera un clavo”. Es por lo que se hace necesario que la ciudadanía disponga de herramientas mas creativas y accesibles que tiendan a rechazar toda actitud violenta, procurando así, un mundo más justo y humano. Disponer de espacios de prácticas restaurativas para las comunidades, es un faro que ilumina el sendero hacia la paz, la cual anhelamos como seres humanos. ¡Es tiempo de dialogar!
Ángel Gomera
Excelente.
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