República Dominicana es incomparable
República Dominicana es un paraíso celeste colocado en la
zona central de las idílicas Antillas, ubicado estratégicamente en el Caribe de
los ensueños, en donde cada despertar del sol se reproducen las sonrisas y las
ilusiones.
Sus atardeceres hermosos son toques providentes del cincel
divino, cuyos trazos reflejan tonalidades únicas, exclusivas y de inigualable
belleza, convirtiendo cada cuadro natural en maravillas del mundo.
Es que allí, ¡oh heredad bendita!, es donde el sol con sus
encantos brillantes y cálidos cierra sus párpados tiernos, y recuesta su cabeza
en el regazo exuberante de sus colinas acogedoras.
En sus noches, un manto de estrellas cubre con versos y
serenatas su amplio y espectacular firmamento con la complicidad de una luna
que, sentada en su sillón cósmico coquetea con profunda pasión.
Sus puntos cardinales están bañados constantemente por olas
de pétalos perfumados que besan con armonía y romance divino sus playas
enamoradas. Ahí mismo se puede contemplar a las aves acarameladas que
vuelan con pericias extraordinarias y fantásticas dibujando corazones entre
nubes poéticas celestiales.
Y qué decir de sus palmeras despeinadas y cimbreantes,
sacudidas con ternura por el dulce aliento de amor de sus ciguas, que entre
palmas y palmas juguetean con sobradas picardías.
Sencillamente República Dominicana es un oasis de felicidad
que brota de las entrañas de los mares como espiga valiente, reluciente y
fructífera. Sus valles y llanuras están preñados de bondad y hospitalidad
campesina; y de sus entrepiernas emana corrientes de aguas cristalinas que
nutre y refresca toda alma sedienta.
Allá entre sus bosques secos tropicales y subtropicales, brota
de manera prodigiosa, salvaje y con profuso orgullo quisqueyano la Rosa de
Bayahibe, una flor que se mudó del mismo Edén; con su vistosa, paradójica y
majestuosa vestimenta, siempre al último guay de la moda, seduciendo y poniendo
a suspirar cada rayito de sol.
Muy de cerca le observa, sin ánimos de competencia la
gallarda y caballerosa caoba, siempre resistente ante los embates y de corazón fastuoso;
cuyos follajes y tronco fuerte exhiben aires soberanos de libertad.
Es que indiscutiblemente, República Dominicana es un destino
incomparable, sus mañanas están cubiertas por el apacible rocío de la primavera
eterna; donde corre la miel de la calidez y la dulzura; de gente buena y
acogedora, que cada día se levanta a ordeñar la vaca de la esperanza; llena de
historias apasionantes con aroma a café y cacao.
De gente bienhechora que cabalga en amores, horizontes y
destinos, alcanzando distancia que nunca se han de borrar. Con alegría y merengue
en la sangre cuán, si fuese un torrente de un río crecido en plena tempestad, donde
el repicar de cada tambora con la sazón de un acordeón y la complicidad de una güira
pone a mover los pies y las cinturas de dos amantes en medio de una enramada de
cortejos y suspiros.
De gente guerrera y perseverante que siempre coloca su
optimismo en lo más alto del Pico Duarte, como señal inquebrantable del nunca
rendirse; y que pone a su vez, con fulgor a ondear intrépidamente su bandera
tricolor en cada latido, repitiendo con eco inusitado: Dios, Patria y
Libertad, República Dominicana es incomparable.
Ángel Gomera