La violencia contra la mujer duele
Toda persona que abogue por una cultura de paz no puede ser indiferente ante la
violencia contra las mujeres; su sensibilidad debe expresarse al grado máximo
cada día y del trato que se les dispensa se mide el nivel de nuestra humanidad.
Por lo que cada maltrato que se ejerza en su contra es la degradación misma de
la dignidad de la persona. Y con violencia no se fragua ningún futuro promisorio para la vida del
planeta tierra.
De
ahí es que, debemos estar conscientes que enfrentar este preocupante
fenómeno de la violencia contra las mujeres no es solo responsabilidad de
las autoridades de los gobiernos, sino de cada uno de nosotros que, por nuestra
condición de ciudadanos promotores de paz, tenemos la responsabilidad de
ponernos al lado de los más vulnerables. Es que dicha violencia no debe dolerles
sólo a ellas, sino a toda la sociedad.
Cada muerte
violenta de una mujer cubre de un luto espantoso y traumante no solo a su
familia directa, sino a todo el entramado social que debe admitir un fracaso en
las políticas de protección que deben aplicarse.
Este nefasto
mal que crece lamentablemente de forma alarmante e invisible y que impacta la
célula fundamental de la familia, suele constituir o ser el desenlace fatal de
una larga historia amarga de maltratos observados con indiferencia o
irresponsablemente por otros.
Por lo
que pretender evadir o negar estas oscuras historias, es hacer más complejo y
complicado este flagelo. Aquí de lo que se trata es ser parte activa en la
solución de ese grave problema, iniciando con un cambio sincero en nosotros de aquellas
actitudes que puedan ser generadoras o propagadoras de la violencia o
discriminación, obrar en contrario imperio seria darle cabida al pecado de
omisión. Es que asumir posturas insensibles es contribuir de groso modo a la erosión
y devaluación progresiva del principio de la vida como bien supremo.
Por lo que estamos interpelados a convertirnos en
instrumentos comprometidos
para la propagación de la cultura de la paz partiendo de ejemplos vivos; de permanecer
vigilantes y contribuir a la no violencia en ningún escenario de nuestras vidas,
de ser agentes multiplicadores de las normas que deben regir para la protección
y promoción de la dignidad de la mujer.
¡Por
lo que ¨ni una menos¨, debe ser siempre el grito de amor que se haga eco en
nuestro interior y lo reflejemos a los demás!.
¡Qué ¨ni
una más¨, sea un compromiso personal y colectivo de una nación que aboga por la
convivencia pacífica y el bienestar de todos!.
¡Qué el diálogo y la búsqueda de consensos ocupen los primeros puestos en las
estadísticas, como medio o herramienta en la resolución de los conflictos!.
Qué la
relación entre hombre y mujer se base en el respeto y la ayuda mutua, no en una
especie de relación de poder. Es importante comprender que la rivalidad entre
uno y otro (guerra entre los sexos) es
más dañina que sana.
Qué ¨un
basta firme¨ como sociedad se hace necesario y urgente, ante esos distintos
rostros llorosos de hijos huérfanos mutilados emocionalmente a causa de esa
desgracia corrosiva y radiactiva de la violencia. No lo dejemos en el baúl
de nuestros olvidos; el no prestarle la atención a esas victimas es un
ejercicio deshumano.
Finalmente
entender que: amar no es dañar ni destruir; es edificar y dar el primer paso
para ser feliz al otro u otra. El que ama conquista con detalles, protege y sus
acciones producen seguridad y alegrías; si amamos con transparencia hacemos de
nuestras familias huertos de paz.
Comprender
que: la violencia no puede formar parte de tu relación de pareja, ni de tu
familia. También no releguemos en el proceso de crianza de los hijos una sólida
educación en valores.
¡Ni
una menos, ni una más!. La violencia
contra las mujeres duele y mucho.
Ángel
Gomera