Parecer o ser papá
Ser papá es una de las experiencias más dichosa y maravillosa
que puede experimentar en la vida un ser humano; claro está, siempre que la
asumamos con la debida responsabilidad, ya que nuestras acciones o inacciones
pueden influir positiva o negativamente en la familia y la sociedad.
Es que siempre será un reto constante entender que la paternidad
no es cosa de juego; expresamos este pensar con énfasis, porque en muchas
ocasiones se tiende a ignorar con ligereza e insensatez que la vida de otro ser
está en nuestras manos; obviándose por completo que la figura del padre es un eje
fundamental para el desarrollo pleno de una familia y que, del ejercicio
responsable de la paternidad y maternidad, depende el futuro de la humanidad.
Dicho lo anterior, debemos destacar que es un deber inexcusable
cumplir con dichas obligaciones, poniendo cuidado y atención en lo que hacemos
o decidimos como padres. Es decir, que esto implica un involucramiento activo
no solo en la provisión de recursos materiales sino también en la crianza y la
vida cotidiana de sus hijos. Porque no sólo se trata de vivir y saber que
vivimos, sino hacer de las vidas de nuestros hijos una vida buena, es decir,
plenamente humana y fecunda.
Lamentablemente, observo en nuestro entorno comportamientos de
papás que desafiando la responsabilidad ética, moral, social y jurídica del rol
que entrañan, están contribuyendo a la generación de historias grises llenas de
vacíos y sufrimientos en sus hijos.
Lo antes dicho, lo sustento en impresiones diversas que he
escuchado de hijos con respecto a sus papás, y que estas deben mover a una profunda
reflexión: ¨Mi papá se cayó de mi pedestal¨, ¨marcó mi vida negativamente¨,¨nunca
me dedicó tiempo¨, ¨sólo llegaba a la casa pelear y siempre de mal humor¨, ¨nunca
vi que mi papá asistiera a una reunión en mi escuela¨, ¨solo llegaba borracho¨,
nunca recibí unas palabras afectivas o
de aliento¨, ¨Papi nunca creyó en mí¨, ¨me abandonó, ¨ni me declaró como hijo¨,
¨solo compró pañales y leche¨, ¨a penas me dio el nombre y el apellido¨, ¨a mi
papá sólo le interesa el dinero y el trabajo, ¨ni me crio, ni lo conozco¨, ¨ni
foto tengo¨,¨mis recuerdos son dolorosos¨,¨el cree que su deber era comida y
ropa¨, entre otras expresiones.
Estas distintas manifestaciones son el resultado de cuando
obramos con descuidos o ineficientes en el deber ser; trayendo además como consecuencias
en nuestros hijos, la falta de amor propio, inseguridades, odios,
resentimientos, adicciones, carencias de respeto por los límites, entre tantos
problemas. Es que como bien se refiere el escritor y publicista Michael
Levine: “Tener hijos no lo
convierte a uno en padre, así como tener un piano no lo convierte en pianista”.
Entonces, cabe preguntar ¿a qué nos debe mover estas
realidades?
Debe conducir a detenernos valiente
y voluntariamente frente al espejo de la conciencia, para analizarnos en cuanto
a la imagen que estamos proyectando o hemos proyectado como padres ante ellos;
o en ese mismo tenor reflexionar que he venido sembrando o sembré en mis hijos.
El resultado de esa libre consulta
interna es para producir los ajustes correspondientes que lleve a la misión de reencontrar
el sentido de la paternidad a través de mis actos; aquí se deberá revisar lo
que hice, estoy causando y lo que debo hacer a partir de ese reconocimiento. De
lo que se trata es estar conscientes de que este ejercicio no es para justificar
nuestro proceder o radicalizarse en los egos; es para esforzarnos en alcanzar
el milagro de mejorar para sanar las relaciones de padres a hijos y viceversa;
derrumbando todos esos muros que solamente dividen, y edificando a su vez puentes
de entendimiento, diálogo y perdón.
Sabemos que no es un proceso
fácil, ni sencillo hablar de cosas dolorosas y menos cuando son heridas de
larga data, pero si no intentamos sanarlas con amor, humildad y paciencia, se podrían
convertir en enfermedades catastróficas, y así será difícil encontrar la brújula
que nos lleve a la paz y felicidad; ya que se vivirá con una carga que cada día
se hará más pesada y tormentosa.
Visto y examinado lo precedente,
es tiempo de forjarnos como padres la meta de tornar esas situaciones e
impresiones amargas en oportunidades de liberación, que nos coloque en el camino
del ser y no de parecer. Si avanzamos decididamente con tesón, coherencia y
perseverancia en el sendero del “deber ser” como padres, ganaremos la confianza
de los hijos y sus ojos brillarán con ilusión y esperanza en el amplio firmamento
de la vida.
A la sazón, ¿Cuál será el efecto
de ser padres y no parecer?
Escuchar de los labios de
tus hijos las siguientes expresiones: ¨Me siento orgulloso de mi papá¨, ¨tuve
al mejor padre del universo¨, ¨te extrañaré por siempre¨, ¨Qué bien nos
formaste¨, ¨eres mi superhéroe¨, ¨lo amo y amaré por siempre¨, ¨gracias por
enseñarme a discernir el bien del mal¨, ¨siempre disfruto de tu compañía¨,
¨nunca me abandonaste¨, ¨me apoyaste en todo momento¨, ¨gracias por ser el gran
maestro de la vida¨,¨ eres mi ejemplo¨, ¨jamás te olvidaré¨, ¨gracias por ser
mi papá¨, ´te entregaste por completo¨, ¨tus abrazos curan todas mis partes
rotas¨, ¨siempre creíste en mi¨, ¨entre más
años tengo, más te quiero y te entiendo¨, ¨Cuando
me equivoque, me ayudabas¨, ¨en mis dudas, siempre me aconsejas¨, ¨cuando te
llamo ahí estas¨, entre otros testimonios.
En definitiva, el efecto de
ser padre es un amor que se hace vida en lo que haces, dejando huellas visibles
de bien y ejemplo que se tornan imperecedera de generación en generación.
Ángel Gomera