¡Cristo cuenta contigo y yo con su gracia!
Esta dulce e impactante expresión
trae consigo recuerdos imborrables, que cobran vida en cada uno de los instantes
de una historia que se construye día a día en los diferentes ambientes
terrenales en que nos toca vivir. Es allí, donde se entrecruzan las diversas
realidades de la vida con sus problemas, pero sobre todo con sus esperanzas; y
es, en estos tipos de mareas cotidianas, altas y bajas, fuertes y suaves, que
encontramos el verdadero sentido de la vida y cuya meta final es alcanzar el
Cielo.
¿Por qué la frase Cristo cuenta
contigo y yo con su gracia, se hace eco en mi existencia?
Obedece a que un largo fin de semana de tres días
en el mes de junio del 2007, me sumergí en una hermosa y placentera aventura,
con la realización del cursillo no. 749, en Casa San Pablo; claro, al principio
no sabía ni tenía la menor idea de que iba ser tan maravillosa; ya que, al
momento de llegar a dicho lugar, mi corazón caminaba distante al ideal; y esto
es así, porque si en ese momento le hubiesen practicado un ecocardiograma, su
diagnóstico o resultado, se habría correspondido a las características de un corazón
a punto de detenerse, con pocas pulsaciones, es decir un tronco seco.
Muchas veces sucede que las distracciones,
hacen perder la objetividad de lo verdaderamente humano; de aquellas cosas a
las que siempre hay que darle prioridad, si verdaderamente te importan.
Por lo que, en ese intervalo de
tiempo, sentía que andaba en un desierto marcado por la brújula de la desorientación,
sin divisar a lo lejos, ningún oasis que pudiera saciar la sed de tantas
inquietudes que urgían de respuestas claves y necesarias para armar el ensamblaje
que mi vida requería.
Fue entonces que sucedió un
acontecimiento único ante mis ojos, que hizo cambiar todo el panorama gris que
anterior describí; resultó que Jesús salió a mi encuentro, vestido con una
túnica resplandeciente de misericordia, me abrazó con ternura y me reafirmó
todo su amor pleno; y luego entonces susurró en mis oídos, unas palabras que me
dio seguridad y paz en medio de las tormentas en que me hallaba: ¨tú cuentas
con mi gracia¨. Me dijo todo aquello que se coló por las hendijas de mi
corazón, llamándome a la vez, por mi nombre, sin detenerse en mis miserias y
limitaciones, más bien respetando en cada momento mi libertad, como todo un
hidalgo caballero; es que como bien expresa San Agustín: "El Dios que te
creó sin pedirte permiso, no te salva si no le das permiso". Y entonces, inmediatamente
le abrí de par en par la puerta de mi casa interior, consintiendo y
reconociendo libremente que necesitaba la ayuda de Dios para encaminar mi vida
sujetada a la dirección y guía que viene de ÉL.
En aquel momento, se cayeron las escamas que nubla todo entendimiento, y
comprendí con claridad que Jesús, ¨mi Hermano Mayor¨, me quiere a pesar de todas
mis resistencias, y su finalidad mayor es brindarme la felicidad eterna, que es
llegar a la meta: el Reino de los Cielos.
Aun no me he referido que había sucedido
con ese corazón que había llegado parecido a un tronco seco; pues les cuento
que Cristo hizo retoñar con la fuerza de su amor, una rama (esa soy yo) tan
verde como el color de la esperanza, con efectos tan significativos y
restauradores para mi familia; cumpliéndose así, aquella frase de transformar
personas para transformar ambientes. Frase ésta, sustentada en San Juan 15, 16,
cuando indica que: ¨Ustedes no me escogieron a mí. Soy yo quien los escogí a
ustedes y los he puesto para que vayan y produzcan fruto, y ese fruto
permanezca¨.
Luego
de ese fin de semana, salí resuelto a transmitir en los diferentes ambientes en
los que me desenvuelvo, lo que el Señor había hecho conmigo en ese monte de Tabor.
Fue allí donde recibí un regalo maravilloso, un don gratuito, que no es para callarlo,
ni dejar que se convierta en fiambre; es para anunciarlo por todos los rincones
y vivir mi cuarto día, procurando siempre que mis lepras espirituales vayan desapareciendo,
mientras avanzo y persevero en el camino de la fe.
Por lo
que este caminar, es una ultreya, que se pone de manifiesto en ir cada día más allá,
siempre más allá, hasta llegar a la presencia del Padre. Es allí donde escucharé
junto a mis racimos, las siguientes palabras: “Vengan ustedes, benditos de
mi Padre; hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo¨. Y
entonces daré las gracias infinitas por contar con su gracia, la
que me sostuvo, me sostiene y me sostendrá para toda la vida.
¡Cristo sigue contando contigo y conmigo, y nosotros con la misericordia de su gracia!
Ángel
Gomera